La intriga de los mozalbetes




Lo mejor que uno puede hacer para no insultar a nadie es irse. Haberse ido digo: ya haberse ido. Un fascista encerrado en su casa, es un bien social, un bien para la homeostasis de la policía. Es un humanista. Al sustraerse, comete un acto humanista.


Mediando la década del noventa un grupo bastante sustancioso de atletas, fisicoculturistas, modelos, yuppies, y demás superhombres faciales, deciden movidos no se sabe por qué agente diábolico, o nudo acontecimental de la historia, tramar un ridículo gatuperio con ínfulas de destino ecuménico. Una conjura contra el orden social, tocado en su médula, tocado en una zona genital que ni los marxistas del medioevo pudieron entrever. Sabían que la sociedad colapsa si una revolución enfoca no al intríngulis entre las clases económicas (clases sociales ya no existen hace bastante; más bien quedan guetos, tribus, clanes), sinó a una dialéctica más embrollada y oculta, callada, la que se libra entre las generaciones y la de los sexos, la de los géneros. En ese embrollo entre la edad y la sexualidad está el quid para la prosperidad de las futuras revoluciones. Las revoluciones siempre suceden y casi nunca nos damos cuenta. Todas las revoluciones son revueltas sexuales y generacionales, aunque mientan otras banderas.
Una confabulación contra la mujer, ahí estaba la clave. Así, suponían, agarraban al toro por las astas. Ahí detonaría todo. Los efebos más deseados de la sociedad, mancomunados contra el poder de la mujer, contra el poder.


***


Ciegos, sordomudos, imbéciles, retrasados, nerviosos, desequilibrados, toda esta gente de pronto se vio invadida en su privilegio por una horda de luismigueles a medias espartanos y a medias en la mendicidad, o en una impostada mendicidad fotogénica. ¿Cuál fue la reacción? Ambigua. En principio prevaleció la indignación, el sentimiento de ser invadidos en su singularidad, de sentir masificado su lujo, de perder el monopolio de una prerrogativa: el desprecio y humillación del conjunto de la sociedad, esto es, de los hombres de industria, taxistas, viejas pelotudas con batón, nostálgicos del tango de los cuarenta, caretitas jipizados a la fuerza por el menemismo o a voluntad por la onda Kirchner o Gastón Pauls, pendejas forras embutidas en This Weeks, o progresistas de la peor laya, comisores ingenuos de la peor ofensa: la compasión y su teatro de la solidaridad. Estaban acabados. La competencia, la omnímoda competencia del capitalismo sauvage, les había llegado finalmente a ellos, hasta ahora salvos, excluidos. Los contubernios y cónclaves de hombres infames (linyeras, onanistas exclusivos, putitos de barrio, estudiantes de filosofía de universidades del interior, ex grupo Quebracho, curas pederastas descubiertos, hombres elefante, enanos de la tele, hinchas de Racing, esquizofrénicos fuera de moda, paranoicos de moda pero que no encuentran editor que no les tenga miedo, feas y gordas chanchas, villeritos estuprados desde temprano, afásicos o ex radicales… ) medraron con proliferancia por todas partes, pueblos y ciudades, en los derredores de la aduana y en la lejana campaña. Confusión; reinó la confusión, como siempre. Pero como el orden y la anarquía son pareja y siempre terminan haciendo las paces pensando en el futuro del nene, una cierta peronización les comenzó a acontecer.


Acontecimiento, atontecimiento.