Monto de afecto:
…más polvo enamorado




Pornografía melancólica


- Fragmento de un discurso amoroso -



Si muchos terrores, y una
constante imposición
del tedio, hacen maldito,
nadie escribirá más puercamente,
hará más enemigos que yo.



“Siempre tuve la costumbre de enamorarme de manera sentimental de las prostitutas callejeras. Otra costumbre similar es mi entendimiento de la pornografía; ver, por ejemplo, a las películas porno como un folletín sin tragedia, como un dechado de ternura no coartado por el drama. A las mujeres, por lo general, les cuesta entender que yo vincule la ternura con un afán tesonero por practicarles sexo anal o hacerlas tomar la leche con vainillas toda vez que se pueda incluso en la merienda. Siempre quise ser un artista privado de cine porno a la vez que un sabio modelo en piedad ética dispuesto al derroche de un amor de dulzura farineliana para con las mujeres; siempre entendí que el sexo con alarde cinematográfico de violencia es propio de esos escuálidos que sólo pueden dominar con su cuerpo a una mujer, y más tarde a sus inocentes hijos, pero puestos en la calle se le cagan en las patas al primer peatón de más de uno setenta y ocho que se cruce y en el trabajo son forreados por sus patrones como lo fueron en la casa materna por su propio padre. La historia de todos en una palabra. La patria. Para mí el amor es amor cortés, cortés-genitalista específicamente, y el matrimonio es el punto de arranque de lo siniestro. Mi baño está a veinte metros del de mi vecino mediado por dos paredes de quince y una de cuarenta y cinco. Y para ir al baño – a cagar tocar la viola o leer; mis actividades prioritarias allí – obligo a mis conciudadanos a mantenerse por lo menos a diez metros de distancia del lugar del hecho. La mujer es la distancia. Y si no el útero. Pero vivir en casa con Kakfa es lo peor. La concha es un prodigio, nunca tuve ese asco (al contrario, me inclino por una estatuaria de la misma); pero ver a tu mujer depilándose el bozo día por medio es renunciar de por vida a la maravilla a la magia y a la pasión romántica. Al deseo. Al deseo que yo deseo; o sea. Para practicar lo siniestro yo me quedo con el Lector. Fascino provocar eso en esa alma distante. Irrumpir de golpe con lo peor en esta otra forma del amor – siempre amor cortés – que es la literatura, en su simplicidad de lectoescritura, ternurismo visceral, romanticismo anal. Como no hay amor (quiero decir romance: vínculo sexual sentimental entre dos personas) que temprano o tarde no sea interferido por lo siniestro (por más cama afuera que uno exija), una perfectibilidad mayor sólo se encuentra en la relación Autor-Lector, amor telepático y epistolar, devoción que la distancia se hace a sí misma, sexo intangible, adunidad del afecto que borra en su acto no sólo la diferencia en espacio como el Amor, sino la diferencia en tiempo, ya que la Lectura también es nigromancia y máquina del tiempo, locura de la historia. Es un amor tan perfecto este, que hay que devanarse los sesos (o los sexos, chiste esperable) para ver cómo lo arruinamos, y lleva todo un estudio de mercado y una teoría del estilo y del género hacerlo. Yo siempre imagino, en condiciones ideales, un Lector Macho, no me interesa la literatura femenina como genérico (¿será un existencialismo de lesbos? Nunca leí nada), salvo en el caso de lesbianismo textual-sexual y no textual-genérico, como en Pizarnik, con quien yo me identifico ya que soy como Charly García: lesbiana."
"No sé si hay que besarse más. Hay que desclandestinizar el porno, abolir la inquisición de esta sociedad de perversos moralistas, de marqueses de Sade con gustos y represiones de clasemedia, con sotana y calculadora, y educar a la soberana como corresponde, para que aprenda que lo único doméstico que hay en la vida es la economía libidial en su más evidente llaneza: es la cama. El porno performativo. El porno sarmientino. Esas son las telenovelas que la mujer nacional debería ver para educarse y no ese dramatismo continuo de las tres de la tarde que las moldea de por vida y las lleva a convertirse en rompebolas compulsivas, taradas por automatismo, trágicas de la boludez, fabuladoras que viven la apoteosis de problemitas minúsculos, y lo peor: frígidas. La mujer es tan linda que le hace olvidar a uno que no sabe cojer. Cojer es fácil. Es como cantar. Hay que parar la oreja, olvidar represión y vergüenza, dejarse llevar y darle para adelante. Cojer es fácil. Es la desnudez del deseo y un poco de gimnasia. No sólo es satisfacción de economista de la libido; es un acto compasivo de generosidad fáctica y no solamente verbal. Es fácil además y se aprende en tres sesiones, a lo mucho. Es como hacer teatro; te soltás y sale. ¡Qué pobre gente esos que creen que es un talento, y un talento de ellos!..."
"Es lo sólo divino, como dijo el sabio, el ápice místico más cabal de la voluntad de poder, y una humanitaria vocación de servicio, y la más eficaz operatoria asistencialista para con el sexo débil, al menos en el caso de señores-lesbianas, como éste que declara.”








(por una novela de ideas…fijas)





[No es el Discurso pronunciado por el Dr. Torombolo Fernández Barrios en el Social Club Aurora, rebotado en el diario La Tribuna de Va. Cañás en década incierta]